Nadie es indiferente a la vida y sus vicisitudes. Por mucho que pueda parecer en ocasiones, nadie lo es. El asunto está en los diferentes tipos de personas en las que nos convertimos para hacer frente a la problemática del existir y sus circunstancias. Devenimos en seres de todas clases, de asesinos a mártires, de héroes a villanos y, lo que es más común, nos vamos haciendo sujetos reconocibles por nuestra conflictividad interior, por nuestra confusión en el sentir, el pensar y el actuar. Frágiles cuerpos que se rompen o resisten, según sea el dolor, según sea la fortaleza. Nadie conoce con exactitud la mirada del otro, porque no es el otro. Pretender saberlo todo, abarcarlo todo, es un error, como también lo es inhibirse de lo ajeno. Nos concierne lo humano, por eso los sueños y los miedos, las decepciones y los sufrimientos, son experiencias comprensibles y sentimientos descifrables. Aún así, toda esa cercanía dada por naturaleza no implica necesariamente la posesión de la lógica de las emociones -de tenerla- y, sobre todo, lo que vale para una persona no se convierte en ley aplicable al resto. Así que la clave, en caso de que alguien se interese por buscarla, estaría en el emprendimiento de una búsqueda compartida de equilibrios, ahora que tan de moda está emprender, desde el ámbito de lo particular hasta lo general, desde el universo individual hasta el espacio que a todos nos concierne como seres humanos por el hecho de serlo.
Borgen es una serie danesa en la que subyacen esos cuestionamientos personificados en una mujer que aspira a ser Primera Ministra y se extienden a los demás personajes que representan esas esferas en las que los equilibrios son especialmente necesarios: la de los medios de comunicación y la de los partidos políticos. En esas aguas turbulentas se desenvuelve una trama muy bien construída que consigue interesar gracias a un desarrollo narrativo inteligente y efectivo pero, sobre todo, logra impactar por lo cercano. Por la identificación. Por el reconocimiento. Porque es una serie que huye de efectismos y habla de lo nuestro. De esa dificultad para el entendimiento, de esas barreras, a veces infranqueables, para el consenso y el descanso, tanto en el terreno de las relaciones personales como en el de las institucionales. Y también nos va planteando, a través de los capítulos, cómo en muchas ocasiones no somos capaces de discernir, de decidir, de corresponder, de ceder. Nuestras elecciones vitales no son puntos, sino redes, y estas conexiones de alcance inesperado tendrían que tenerse en cuenta antes de actuar. A veces lo pensamos y otras no.
En tres temporadas desfilan por esta serie todas las personas con las que nos topamos en la calle, en el trabajo, en el banco, en el supermercado… Todas las que vemos en la tele, todos los gobiernos y todas las oposiciones, todos los periodistas y todos los ciudadanos. Todas las familias. Gente como tú, que me estás leyendo. O como yo, que escribo.
*Publicado en la sección Arquetipos de El Progreso, diario de Lugo y provincia
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